domingo, 10 de julio de 2011

Rosas, Organza y Una Soltera de Adorno

Ayer fui a la boda de un pariente lejano, y por enésima vez recordé porqué odiaba tanto ir a las bodas: Porque van puras parejas.

No hay situación más tediosa e incómoda que caer en una fiesta elegante con la esperanza de bailar toda la noche con algún galán, y que nada más llevar un minuto
ahí te des cuenta de que estás sirviendo de adorno en comparación a las tantas parejas de tórtolos que te rodean. Muchas se te quedan viendo con lástima innecesaria y te sueltan comentarios mal disimulados para presionarte a que la próxima vez lleves aunque sea a un amigo feo.

Cuando la invitación me llegó hace dos semanas, imaginaba que al menos UN SOLO sujeto de índole desconocida se me acercara para compartir una pieza de baile. Incluso me esmeré mucho en mi aspecto y en hacer una sonrisa auténtica. Claro, estuve así durante una hora hasta que comenzaron los valses y los labios se me entumieron. Me escapaba a cada rato al jardín porque no aguantaba estar sentada sin que nadie me dirigiera la palabra o las miradas piadosas.

A lo largo de la velada, hubo varios momentos en los que quise echarme a llorar o sacar una metralleta. El primero fue cuando después de intentar atrapar el ramo, una tipa dijo: “No sé ni para qué se forma si esto no se hizo para ella”. No sé porqué me afectó si no tengo prisa por casarme… aunque no dije nada acerca de salir con alguien. Creo que me vi muy desesperada cuando le pelée el bouquet a otras dos chavas.

El segundo, fue cuando comenzaron a bailar los que atraparon el ramo y la liga. Un cuñado de mi hermano se acercó a mi mesa y trató de hacerse el gracioso conmigo a propósito del tema:

“¿Ya ves por no atrapar el ramo? Esa pudiste haber sido tú”
“Sí, pero ya ni modo, no se pudo ser”
dije, haciendo una falsa sonrisa. En realidad, pensaba en la forma de sacarle los ojos y hacer que todo pareciera un accidente. Mugre guasón de mierda.

La fiesta estuvo preciosa, sí, y me carcajee mucho cuando le hicimos el muertito a Franco. Pero no puedo olvidar las cinco horas que me tuve que fletar sentada en la mesa pensando en las tribulaciones típicas de una joven soltera de mi edad. De vez en cuando emulaba una sonrisita pero me hacía sentir tan falsa que me hundía más. Inclusive tomé tequila sin muchas ganas, y para que eso ocurra, debo de estar bien fregada. Hubo cinco minutos en los que bailé junto a un montón de adolescentes desconocidas, pero lo hice tan mal que hasta yo hice cara de WTF?

Al final, mientras guardábamos todo, Franco pasó junto a mí con una caja llena de botellas de tequila sobrantes que llamó poderosamente mi atención.

“Oye, regálame una botella, para la tristeza” comenté. Él sólo se volteó y se rió. Pensó que lo decía a broma, pero yo iba en serio.

Traté de pensar en los breves momentos de diversión mientras volvíamos a casa y escuchaba mi repertorio de canciones. Llegué a casa muy abatida, pero me consoló el hecho de pensar que a lo mejor ser soltera no era tan malo, quién sabe, el destino es caprichoso…