Hace trece días, un señor llegó a la cuadra donde vivo yo con la intención de vender unos animalitos muy curiosos: Pollitos de colores.
Yo me saqué mucho de onda porque me pregunté
"¿Porque alguien querría un pollito de un color que no sea amarillo?"
Al verlos, me enternecí porque soy fan de las cosas pequeñas y tiernas, y con tanto pillar hasta me emocioné de lo lindo. Pero no compré ninguno porque me dieron lástima, francamente me parece una crueldad pintar a los pollos con tintes que tal vez les provoque intoxicaciones o daños. Investigando por ahí me enteré de que los colorean con anilina (un tinte tóxico para el ser humano, y por supuesto, para el animal), algo que no me tranquiliza en lo absoluto.
Mi sobrina Carla, berrinchuda como siempre, armó mucho alboroto para que le compráramos uno pero nosotros no quisimos y yo la mandé que se callara porque tener un pollo no era cosa fácil, mucho menos para una niña que desconoce el significado de la palabra consideración.
Una semana después, uno de los vecinos le regaló a mi sobrina su tan ansiado (yo diría encaprichado) pollito de color guinda. Al principio lo echamos en una cajita pero no tardé en acondicionarle una jaulita que anteiormente perteneció a mi periquita Juana (que ya se murió). Me divertía de lo lindo con el pollo y decidí bautizarlo Panaberto porque pienso que por ser raro, le toca un nombre raro. Obviamente, Carla se aburrió a los dos días y me decia:
"Aby, ponte a cuidar a Panaberto"
"¿Por qué yo? Se supone que tú eres su dueña. Te dije que un pollo no es algo que puedas dejar por ahi abandonado cuando te venga en gana. Es un animalito que está vivo y que necesita de tus cuidados"
"Ay, pero es que no quiero... quiero usar tu compu"
"Piérdete que no te prestaré nada hasta que le des comida a Panaberto"
Pero claro, decirle eso pareció entrarle por un oído y salirle por el otro. Solamente cuando yo me le arrimaba a Panaberto para sacarlo a estirar sus patas, Carla estaba ahí como pegoste y a los cinco minutos se largaba, dejándome sola con el pollito. Una vez la regañé por sacar a Panaberto y no vigilarlo, ya que por mi casa rondan muchos gatos y no vaya a ser que les dé por comérselo. Mis amigos se ríen por el nombre tan curioso que le puse y porque cuando camino, el pollito corre a perseguirme. El incauto cree que soy su mamá o algo así ja ja ja ja...
Hoy me encuentro preocupada porque Panaberto tiene lastimada una de sus patitas (de tanto pisotón que Carla le metió por descuido) y no puedo costear una visita al veterinario. La razón es porque mi mamá recién fue operada de un riñón y la quinceañera de mi sobrina Fanny es este fin de semana, por lo que el dinero apenas nos alcanza para comprar los alimentos. Le acondicioné una caja con un montón de algodón en un rincón y un recipiente pequeño con agua. Como el pobre no puede caminar y llora mucho, me veo en la necesidad de alimentarlo yo misma con cereales aguados y darle agua con una tapita. También procuro mantenerlo calientito para que se sienta mucho más cómodo.
Pero me preocupa que Panaberto siga sufriendo, no me gusta oírlo pillar de sufrimiento y extraño tenerlo corriendo por el jardín buscando bichitos para comer...
Collage en tres actos
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