Según la Santa Wikipedia, un sumiller (o sommelier en francés) es el experto probador de vinos que sugiere a la clientela de los grandes restaurantes el vino apropiado para la ocasión.
Bueno, una de las cosas que forman mi lista de pendientes está la de tomar un cursillo sobre esta profesión, aunque como eso se tarda AÑOS en aprender, tuve que conformarme con acompañar a mi amiga Constanza a una exposición de vinos que ofrecía un reconocido hotel. Como la curiosidad me picaba, accedí a ir con ella y su marido Adán. Después de todo, uno no te invita un hotel de lujo todos los días, así que ya se imaginaran como deje mi closet buscando mi mejor vestido de gala. Aunque no me lo dijeran, yo ya sabía que iba a ir pura gente fina.
No saben lo bueno que estuvo el evento. Dieron una especie de conferencia con dos expertos sumilleres de los cuales no recuerdo sus nombres, pero que en definitiva eran mexicanos. Ellos nos contaron sus experiencias vinateras y nos enseñaron algunas buenas combinaciones de vino con los alimentos que yo hasta apunté en servilletas (naca que soy :P). Después de eso, los meseros nos empezaron a surtir unas bandejas con cinco copas vacías; y los sumilleres nos dieron a conocer los mejores vinos del mundo, y a decirnos como debíamos degustarlos.
Empezamos con uno blanco llamado Chenin Blanc que era acido, afrutado y de cuerpo ligero que casi no me gustó pero igual me lo tomé. Después seguimos con otro blanco que reconocí de inmediato por su color dorado: Chardonnay; su sabor es suave y huele bastante bien (estuve oliendo la jodida copa durante un buen rato y Adán se moría de la risa). Me encanto y hasta me dio tentación pedir segundo trago, pero como los otros asistentes se me quedaban viendo, preferí no hacerlo (no iba a quemar a mis acompañantes con alguna metida de pata).
Finalmente empezamos con los tintos. Recuerdo haber probado uno durante mis primeros años de adolescencia, pero en ese entonces era tan joven e inexperta que no supe apreciarlo. El primer tinto que nos sirvieron fue un Pinot Noir bastante ligero, con sabor a frutos rojos, olor a rosas y un poco ácido que me produjo una rara sensación en la lengua, pero yo quedé fascinada con él. El que le siguió fue el clásico Merlot que Adán llevaba un buen rato esperando (es su preferido) y al probarlo, supe porqué le gustaba tanto. Tiene un saborcito a grosella muy agradable y es suave al paladar. Tambien me encanto, pero me hacía gracia ver como Constanza estaba poniéndose cada vez más y más ebria.
El ultimo, pero no por ello menos importante fue el Cabernet Sauvignon. Los demás de inmediato alzaron las cejas y hasta parecían emocionados, y no era para menos, pues este es uno de los vinos más preciados. Era de color granate intenso, olía a ciruelas con cerezas y su sabor me impacto: era una mezcla amaderada muy elegante que también tenía un leve toque de chocolate oscuro. Lo recomiendo ampliamente para el que guste de vinos salvajes.
Al final nos dieron la oportunidad de cenar un plato de la carta que fuera acorde a nuestro vino preferido. Obviamente yo elegi el Chardonnay y lo acompañe con un rico filete de pescado almendrado. Bien valio la pena hacer el gasto, ya vere como les pago el favor.
P.D.- ¡¡Tengo que comprar una botella de Chardonnay o Merlot cueste lo que me cueste!!
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