viernes, 14 de enero de 2011

Firey Sobre Ruedas

Soy un desastre y una amenaza pública tras el volante, la verdad. Inclusive cuando me montaba en el triciclo o sobre la patineta cuando era niña, siempre acababa metida en un buen lío. Recuerdo un incidente en el que jugué carreras en bicicleta para ver quién cruzaba más rápido la avenida. El caso es que por querer ganar aceleré demasiado y se zafó la cadena... con tan mala suerte que el perrito de Doña Julieta (una vecina que ya falleció) se me atravesó y no pude frenar.

"¡¡Mi bebéeee!! ¡Mocosa del demonio! ¡Te vas a condenar por matarme a Chiquis"
"¿Yo qué? Si lo atropellé pos no fue mi culpa..."
yo intenté disculparme, pero al final acabé llorando tanto como ella. Afortunadamente, el perro sobrevivió.

En otra ocasión mi hermano Victor me regaló una bicicleta de montaña y de inmediato me llevó a un parque a estrenarla. Yo me emocioné tanto, que cerré los ojos y no pude frenar a tiempo para evitar estrellarme de frente con unos escalones de concreto. Fue un milagro que no acabara en el hospital, pero sí me estuve tirada un buen rato... ¡y nadie se dio cuenta! (¡Desdichados!)

Años más tarde, mi hermano cambió su auto por una cuatrimoto. Sin su permiso, la tomé prestada un rato porque me excitaba la idea de conducir algo con motor. Pero como nunca antes lo había hecho, presioné a fondo el acelerador pensando que tenía poca potencia... ¡pero no!

"¡Mamáaaaa!"
"¡Frena, mija, que ya vas a chocar!"
"¡Mamáaaa... esto se siente genial!"
"¡Que wey estás Aby!" me gritó el vecino de enfrente, cuando me vio sonreír como una loca.

Lo triste fue que al rato mi carnal la vendió y no tomó en consideración mis súplicas para que me dejara conservarla. Era una lástima porque me encantaba agarrarla siempre que él se descuidaba. Por años les rogué a mis mayores que me enseñaran a conducir, y siempre obtenía la misma respuesta:

"Mírame como lo hago yo y ya te enseñas. Así fue como yo aprendí"
"Ma', no soy autodidacta, enséñame a la 'antigüita'"


... pero nadie lo hizo, y cuando empezaron a presionarme para que aprendiera a conducir, yo ya no quería hacerlo. Sólo una vez accedí a recibir lecciones de manejo por parte de mi hermana Ruth... y no terminó de buena manera. Las escasas dos clases que obtuve no me ayudaron de nada. Finalmente había comprendido que los autos y yo hacíamos una pésima combinación.

Recientemente mi bro' anda queriéndole regalar un coche a mi mamá, y hasta se ha ofrecido a enseñarme a usarlo "por si se llegaba a ofrecer". ¿Qué creen que le dije?

"Si realmente aprecias tu vida, no te conviene estar cerca cuando llegue el día en que quiera tomar el volante"

¿Ustedes qué opinan? ¿Debería volverlo a intentar o abstenerme por completo?

1 comentario:

Hermes dijo...

Mmmm... pues sería como practicar un deporte extremo, no? Tu disfruta la adrenalina de las experiencias cercanas a la muerte :D